El mundo está habitado por pueblos muy diferentes unos de otros en su vida y en sus costumbres. Algunos, como los negros africanos o los indígenas de Australia y Melanesia, viven agrupados en pequeñas comunidades o tribus, habitan chozas rústicas, conocen apenas la agricultura y demuestran, en todo sentido, un desarrollo intelectual muy escaso. Cuando nos referimos a ellos les llamamos "salvajes".
En
cambio en Europa, América y buena parte de Asia, encontramos pueblos
sumamente cultos, que han logrado, gracias a su inteligencia y a sus
esfuerzos, un nivel de vida muy superior. Forman grandes comunidades que
se denominan Estados, en los que existen ciudades cuya población se
cuenta a veces por millones de habitantes. Saben construir enormes
edificios, estudian con ardor las ciencias que les revelan los secretos
de la naturaleza y han inventado máquinas mediante las cuales el trabajo
humano multiplica sus posibilidades. Decimos de ellos que son pueblos
"cultos" o "civilizados".
Ninguna
nación actual puede atribuirse el honor de ser la creadora única de
dicha civilización. Esta es la resultante de los esfuerzos acumulados
durante siglos por los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares. Es un legado que hemos recibido y que procuramos acrecentar en
lo posible. Por eso hay que conocer el pasado para poder explicar el
presente.
La
curiosidad por saber que es lo que sucedió en el mundo antes antes de
que nosotros existiéramos es, pues, un verdadero deber. La Historia es
la disciplina que trata de satisfacer esa curiosidad, investigando todo
lo referente al pasado humano. Para ello necesita, en primer término,
proyectar los conocimientos en el tiempo, estableciendo entre éstos una
relación de proximidad o de distancia que se llama "relación
cronológica".
Necesita,
además, ubicar los sucesos en un determinado lugar, para lo cual le es
imprescindible la ayuda de la Geografía, que se presenta, así, como
hermanada a la Historia, porque aquella fija en el espacio los hechos
que ésta analiza en el tiempo.
Pero
el problema que sustancialmente obsesiona al historiador es el de
establecer como se produjeron los acontecimientos y en que relación de
causa a efecto se hallan los unos con los otros. La Historia deberá, en
consecuencia, responder, siempre, a estas preguntas decisivas: ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? y ¿por qué?.
Introducción
a "Prehistoria y Oriente" de Oscar Secco Ellauri y Pedro Daniel
Baridón; Casa A. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1937.