Ateneo de Montevideo
Toda la actividad intlectual de aquella pléyade -antes de que la actividad política la embargara por entero- consta en los "Anales del Ateneo", publicados mensualmente desde 1881 hasta el 86, durante el lustro más brillante de su existencia. Ligada su suerte a la de los acontecimientos cívicos de la época, los Anales cesaron de aparecer al producirse la breve guerra del Quebracho, contra el gobierno militarista y despótico del general Santos, en el cual formaron, como oficiales, casi todos aquellos jóvenes intelectuales del Ateneo.
Después de aquella campaña breve y desgraciada en la que el elemento civilista fue rápidamente vencido por la superioridad militar del gobierno, la situación política se transformó, no obstante, pues el general Santos enfermó, tuvo que abandonar el poder, dando lugar a un cambio de régimen. El gobierno de cuartel había concluido, y en adelante, el elemento civil tomó las riendas del Estado. Muchos de los jóvenes ateneístas, hasta entonces alejados del gobierno, entraron a formar parte de las Cámaras y de los Ministerios. Su actividad propiamente intelectual había concluido también, salvo excepciones; no tuvieron ya tiempo ni gusto para dedicarse al reposado cultivo de las humanidades y las letras; los artículos de polémica, los debates parlamentarios, las tareas ministeriales, absorbiéndolos casi por entero; la cátedra universitaria y el bufete de abogado completaban el empleo de sus energías mentales.
Acaso no eran las letras o las humanidades su vocación imperiosa; al que tiene el verdadero temperamento de filósofo o de escritor muy difícilmente se le aparta, si no es ocasionalmente, de su destino. Pero la intelectualidad y la política han andado siempre muy ligadas y aún confundidas en nuestro país. El intelectual tomó siempre parte activa y constante en las luchas y en los negocios públicos, fue periodista, polemista, guerrillero, asambleísta, ministro; solo dedicó al cultivo de las ciencias o de las letras el tiempo y el ánimo que le restaban, al margen de la actividad política.
El tipo de "hombre de letras" -a la europea- ha sido el más raro de nuestra historia durante el siglo XIX; Acuña de Figueroa antes del 50; Magariños Cervantes y Zorrilla de San Martín hasta el 900. En el siglo actual, aumentó su número: Rodó, Vaz Ferreira, Herrera y Reissig, Sánchez, Reyles, Viana, han sido puramente o ante todo hombres de letras. Algunos, que han producido obras valiosas, en el siglo pasado, como Acevedo Díaz, las realizaron en un largo retiro de la vida política o antes de entrar en ella. En general puede decirse que en la intelectualidad uruguaya, -y en toda época- predomina el tipo cívico.
Hombres cívicos, fueron pues, ante todo, los hombres del Ateneo, un poco por propio temperamento, un mucho por el imperio de las condiciones sociales. La carrera política era la única positiva para el intelectual uruguayo en aquellos días. Sigue siendo aún, en gran parte. Y no solo en el sentido económico, sino intelectual del mismo. Dedicarse a la filosofía, o a la ciencia pura, o a las letras, era condenarse a un estoico sacrificio de la oscuridad, resignarse a ocupar un lugar secundario en la vida del país, y en la consideración pública; la atención y la admiración de todo el país estaban puestas solo en los debates del Parlamento, en los editoriales de prensa, en la arenga del club o de la plaza, en la gestión oficial del gabinete. Solo se empezaba a ser persona importante cuando se ocupaba una banca parlamentaria o un sillón ministerial; lo demás era estar al margen de la vida.
País eminentemente político, en el Uruguay la literatura y la filosofía han tenido solo categoría de ornatos intelectuales; podían completar y abrillantar una personalidad, pero no constituirla. Compréndese pues, que no siendo imperiosa ni heroica su vocación intelectual, la pléyade del Ateneo derivase fatalmente hacia el campo político. Pero como, -y según lo hemos anotado-, la mayoría de ellos no eran precisamente políticos, en el riguroso sentido positivo del término sino solo brillantes polemistas y tribunos, lo que ellos hicieron, en mayoría, fue literatura política. Figuras tales como Carlos María Ramírez, Melián Lafinur, Sienra Carranza, Juan Carlos Blanco, Domingo Aramburú, fluctuaron siempre, en verdad, entre lo literario, lo jurídico y lo político, pudiéndose decir, también, que fueron, como su antecesor, Juan Carlos Gómez, no solo los románticos, sino también los literatos de nuestra política.
Coleccionando y seleccionando artículos y discurso podría formarse, de los mejor dotados de entre ellos, un apreciable volumen de literatura jurídica y política, parlamentaria y polémica. Notables articulistas, panfletistas y tribunos, han dejado las páginas más vigorosas y brillantes que, en tales materias, posee nuestra literatura.
En verdad, no podría decirse que han sido originales, ni en los conceptos ni en la materia; eran discípulos de los grandes oradores y polemistas franceses -e ingleses alguna vez- que se sucedieron, de fines del siglo XVIII en adelante: los Mirabeau, los Dantón, los Pittt, los Carrel, los Charles Blanc, los Girardin; y casi todas sus páginas patentizan -entre innegables rasgos de ingenio propio- la influencia normativa de estos modelos.
En general, y además de sus escritos y discursos, mantuvieron siempre estos hombres un estrecho contacto con las letras, aún cuando no las cultivaron directamente. Aplicaron su cultura y su gusto literario, no solo en la elegancia de su estilo de polemistas, sino en el aticismo de su conversación, y en la noble línea académica de todas sus actitudes. Tenía, la mayoría de aquellos hombres, el tipo esbelto y el aire solemne que muchos han conservado hasta la senectud; vestían con elegancia personal de dandys dentro de las modas de la época; sus gestos y sus frases eran siempre señoriales y tribunicias; sentados a la mesa familiar o en la tertulia íntima del club, su apostura era tan pulcra y espectable como en los escaños del Parlamento.
Aquel dandysmo doctoral de levita gris y guante lila, culminó su empaque algo pomposo hacia el 90, en la presidencia civilista de Herrera y Obes. A la mesa munificente del mandatario sentábanse en ático banquete, políticos y escritores conspicuos, mezclando el epicúreo gustar de los vinos y manjares -que disponía el experto maitre d´hotel traído de Francia- la conversación de temas filosóficos y literarios. Ciertamente que no todos eran diálogos platónicos en los salones presidenciales; también se ajetreaban allí ásperas realidades de la política criolla, se urdían intrigas palaciegas y desfilaban los compadrones del electoralismo. Mas con su aguda mirada, su porte señorial y su gran jopo al tope, Herrera dominaba a éstos como a aquellos; y probaba ser tan hábil jugador en la estrategia política, -el único político verdadero, quizás, entre todos sus colegas- como mostrábase galano y erudito en la conversación académica.
Alberto Zum Felde
De "Proceso Intelectual del Uruguay" de Alberto Zum Felde (Tomo I: del Coloniaje al Americanismo); Ediciones del Nuevo Mundo, Montevideo, 1967.
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ResponderEliminarZum Felde formó parte de esa "pléyade del Ateneo", de esa generación del 900 que fue la élite intelectual más destacada de Hispanoamérica y en momentos en que Montevideo era vista como la "Atenas del Plata". Don Alberto se codeaba con Rodó, Vaz Ferreira, Herrera y Reissig, Florencio Sánchez, Roberto de las Carreras y tantos otros, cada uno de ellos brillante y genial en algún área del pensamiento y la cultura. Sin embargo, Don Alberto tuvo la suerte (o la desgracia) de tener una vida muy larga y morirse a mediados de los años setenta en plena soledad y en tiempos de una gran decadencia intelectual del país. En ese momento casi todos sus viejos camaradas estaban muertos y el seguía siendo el único testigo de ese auge intelectual del 900 que le tocó vivir y podía contarlo. A eso se debe el tono romántico y nostálgico de sus escritos. Don Alberto fue acaso el último exponente de una generación increíble e irrepetible...
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